miércoles, 21 de julio de 2010

Nunca nos vamos a ir...

"No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más preocupa es el silencio de los buenos"
,
Martín Luther King.

Si a un grupo de personas se les pregunta qué representa para ellos la educación, muy probablemente responderán que es la herramienta para obtener un mejor empleo.

Si bien la respuesta no es falaz, impresiona que no se relacione de manera inmediata a la educación con un derecho, con la reflexividad, con la autonomía, con el juicio crítico, con la participación, con el compromiso social, con la capacidad para la resolución de problemas de la vida diaria, con el indagar sobre la realidad, con el tomar decisiones, con el optar, el crear, el operar sobre su realidad y transformarla, con el moverse por sí mismo y el trabajar en equipo, entre otras cosas.

Esta situación responde al modelo de sociedad de fines del siglo XIX, en el que la función de la educación era la de formar personas funcionales al venidero sistema capitalista. Es decir, en lo económico, se requerían conocimientos y capacidades de orden y disciplina necesarias para que la fábrica industrial funcionara eficientemente. La disciplina escolar verticalista preparaba para desempeñarse en organizaciones que demandaran un orden estricto.

Esta tendencia reproductivista – conservadora, tendiente a perpetuar el orden hegemónico, es la que se extiende hasta nuestros días y actúa inmovilizando a las personas que confunden necesidad con derecho y, ante el miedo a perder el empleo, prefieren aceptar condiciones de empleo que distan mucho de las reguladas por la Constitución Nacional, Artículo 14 bis, que garantiza al trabajador condiciones dignas y equitativas de labor; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, entre otras; y de lo ordenado por el Artículo 125, de la Ley de Contrato de Trabajo, que entiende al Salario Mínimo Vital, como la menor remuneración que debe percibir en efectivo el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimientos, vacaciones y previsión.

El miedo, el desgano, la apatía, la intolerancia y la resignación paralizan, mientras triunfa la lógica de promoción de mecanismos de subsistencia, tornándonos cada vez más conformistas de lo poco.

Se llega así a la paradójica situación de afirmar que siendo trabajador se puede ser pobre. El salario es la herramienta de distribución de la riqueza por excelencia y, en la medida que se abandone la lucha por su vigencia en los términos que la ley lo define, no será posible una solución de fondo que permita reducir la distancia que nos condiciona a permanecer en el lugar más desfavorecido del sistema económico.

No proyectemos nuestras propias falencias en otros. Responsabilicémonos de nuestros actos.

Un abrazo grande y a seguir peleando por un trabajo y un salario que nos permita Vivir, y NO simplemente, Sobrevivir